Cuando a una casa llega la
noticia del nacimiento de un hijo se alzan mil voces. Hay consejos y opiniones
para todos los gustos, nacidos de la experiencia y de la actitud ante la vida de cada uno.
Siempre hay quien dice: Un hijo es un problema, se te acabó la buena
vida, llegan las preocupaciones, otro gasto más en la familia, una carga para siempre…
También podemos oír: Un hijo es el mejor regalo, una gran alegría,
una bendición del cielo, una ilusión…
Es cierto que todas estas ideas reflejan
un determinado estado de ánimo y diferentes maneras de afrontar una realidad
nueva en la pareja que, verdaderamente, supone un cambio en la vida diaria.
Pero no debemos olvidar que
estamos llamados a transmitir la vida de manera generosa y responsable. Por
ello, un hijo debe ser fruto del amor entre hombre y mujer, signo de donación
mutua.
Es aquí cuando la familia de
Nazaret se nos presenta como modelo de hogar, donde Dios se hace presente en
cada momento de la vida y donde la entrega desinteresada se convierte en la razón
última de nuestra existencia.