PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA OLIVA - DOS HERMANAS
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domingo, 7 de diciembre de 2014

El portal de Belén

La costumbre del Belén es muy antigua y proviene de la veneración a las reliquias del pesebre de Jesús, traídas a Roma desde Belén, si bien las características de algunos personajes como los pastores, los magos o Herodes provienen de las representaciones teatrales navideñas. A esto se añade la presencia de los signos que señalan el cumplimiento de las profecías sobre el nacimiento del Mesías o salvador de los judíos ("el buey", "la mula", la estrella).

Según los expertos, las primeras expresiones gráficas de nacimientos se hallan en las catacumbas romanas de Priscila en el siglo II. Hay una en la que se hace referencia al nacimiento de Jesús de forma directa, y muestra pintada una escena de la Virgen María sosteniendo en brazos al niño Jesús. Incluso en otras catacumbas, de los siglos III y IV, se pueden observar escenas de la Epifanía, con los Reyes Magos.

La tradición popular actual del belén, pesebre o nacimiento es mucho más reciente. Parece que fue San Francisco de Asís quien realizó la primera representación en Greccio. Después, Santa Clara la difundió por los conventos franciscanos de Italia y posteriormente la propia difusión de la orden contribuyó a la extensión del pesebre representado por seres vivos o figuras.

Con figuras labradas hacia 1480, el llamado "Belén de Jesús" de Palma de Mallorca documentado en el siglo XVI, es el más antiguo de España, por lo que también pudiera ser el más antiguo en uso de la Cristiandad. Sus autores son los Alamanno, familia que realizó varios de los primeros belenes en Nápoles, perteneciente por entonces a la Corona de Aragón.

A partir del XVII la figura exenta cobra importancia. Así, las figuras del fraile mercedario Eugenio Gutiérrez de Torices, tienen la peculiaridad de la materia empleada en su confección: la cera. Les confiere ésta una finura y transparencia que las hace exquisitas y, a pesar de ser figuras de vestir, como las napolitanas, no admiten comparación, ya que los colores de sus vestidos cortesanos, confeccionados en tela y papel, también son pálidos, como desvaídos, en contraposición con las de Nápoles que son modelos tomados del pueblo, con sanos colores en las mejillas y abigarrada espectacularidad en el vestir.

El Belén en España alcanza su auge y esplendor durante el siglo XVIII con la subida al trono español de Carlos III, las figuras procedente de Nápoles marcarán la pauta a seguir por los artistas españoles.

Decide el Rey continuar en España la costumbre, adquirida en Italia, de instalar durante la Navidad un belén en Palacio. Para ello, encarga al escultor valenciano José Esteve Bonet la confección de unas figuras que completen las que trae de Nápoles y que deberán ser de su misma hechura para no desdecir del conjunto; empezándose así el llamado "Belén del Príncipe", obra que continuaría más tarde el también valenciano José Ginés.

Los nobles de la Corte imitan rápidamente al Rey, y la moda se extiende, primero entre la aristocracia y, más tarde, entre la burguesía y el pueblo llano, que la hacen suya cuando artesanos más modestos la ponen a su alcance económico, perdiendo con ello las figuras calidad artística pero ganando popularidad.

Es obvio añadir que la representación por excelencia del arte belenístico en España, durante el siglo XVIII, la ostenta Francisco Salzillo, A lo largo del siglo XIX, la abundancia de excelente material, procedente del XVIII, hace que la producción artística se paralice algo, quedando prácticamente en manos de pequeños artesanos el privilegio de mantener un ritmo mínimo de fabricación, teniendo que llegar la segunda mitad del siglo XX para que, nuevamente, resurja con fuerza este arte, compitiendo escultores de gran talla en mejorar su obra belenística.

El belén tradicional se parece muy poco al actual, pues es simbólico en vez de realista, tiene las figuras a distintas escalas, según su importancia, y dos planos, el celeste y el terrestre. Se acompañaba por aparatos diversos de iluminación, velas y candiles, y podía contener elementos que hoy resultan extraños como conchas y caracoles, animales salvajes, ermitaños, Adán y Eva, símbolos de la pasión, todo ello de acuerdo con las ideas que se querían trasmitir, ideas que indicaban el comienzo de una nueva era, la de la Redención, y que Jesús Niño había nacido para morir por todos. Por ello, el belén recibía ofrendas y era el eje de una intensa vida espiritual, de canciones, danzas y representaciones.

En Andalucía aún pueden verse hermosas imágenes que sirvieron a los grandes belenes del barroco, cuya complejidad era enorme y se manifiesta en belenes fijos como el del coro alto del monasterio de Santa Paula, en Sevilla.

Posteriormente, el mundo simbólico del belén tradicional fue olvidado, sustituyéndose por el belén costumbrista o pintoresco, cuya más conocida manifestación es el Napolitano de figuras de maniquí, propias del siglo XVIII, con algunos ejemplos traídos por los Borbones españoles, que no alcanzaron el favor popular. El propio "Belén del Príncipe" se realizó a medias entre escultores italianos y españoles, quienes preferían esculpir figuras completas.

En el siglo XIX se puso de moda el orientalismo, gracias a los viajeros románticos por Oriente Medio y Egipto, decantándose después por representaciones realistas, pero más árabes y beduinas que propias de la Judea del siglo I bajo la ocupación romana.

Hoy se ha extendido la elaboración de escenas fijas en cajones (los llamados dioramas) mientras que en las casas pueden aún encontrarse belenes realizados con las técnicas tradicionales.


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