La costumbre del Belén es muy antigua y proviene de la
veneración a las reliquias del pesebre de Jesús, traídas a Roma desde Belén, si
bien las características de algunos personajes como los pastores, los magos o Herodes
provienen de las representaciones teatrales navideñas. A esto se añade la
presencia de los signos que señalan el cumplimiento de las profecías sobre el
nacimiento del Mesías o salvador de los judíos ("el buey", "la
mula", la estrella).
Según los expertos, las primeras expresiones gráficas
de nacimientos se hallan en las catacumbas romanas de Priscila en el siglo II.
Hay una en la que se hace referencia al nacimiento de Jesús de forma directa, y
muestra pintada una escena de la Virgen María sosteniendo en brazos al niño
Jesús. Incluso en otras catacumbas, de los siglos III y IV, se pueden observar
escenas de la Epifanía, con los Reyes Magos.
La tradición popular actual del belén, pesebre o
nacimiento es mucho más reciente. Parece que fue San Francisco de Asís quien
realizó la primera representación en Greccio. Después, Santa Clara la difundió
por los conventos franciscanos de Italia y posteriormente la propia difusión de
la orden contribuyó a la extensión del pesebre representado por seres vivos o
figuras.
Con figuras labradas hacia 1480, el llamado
"Belén de Jesús" de Palma de Mallorca documentado en el siglo XVI, es
el más antiguo de España, por lo que también pudiera ser el más antiguo en uso
de la Cristiandad. Sus autores son los Alamanno, familia que realizó varios de
los primeros belenes en Nápoles, perteneciente por entonces a la Corona de
Aragón.
A partir del XVII la figura exenta cobra importancia.
Así, las figuras del fraile mercedario Eugenio Gutiérrez de Torices, tienen la
peculiaridad de la materia empleada en su confección: la cera. Les confiere
ésta una finura y transparencia que las hace exquisitas y, a pesar de ser
figuras de vestir, como las napolitanas, no admiten comparación, ya que los
colores de sus vestidos cortesanos, confeccionados en tela y papel, también son
pálidos, como desvaídos, en contraposición con las de Nápoles que son modelos
tomados del pueblo, con sanos colores en las mejillas y abigarrada
espectacularidad en el vestir.
El Belén en España alcanza su auge y esplendor durante
el siglo XVIII con la subida al trono español de Carlos III, las figuras
procedente de Nápoles marcarán la pauta a seguir por los artistas españoles.
Decide el Rey continuar en España la costumbre,
adquirida en Italia, de instalar durante la Navidad un belén en Palacio. Para
ello, encarga al escultor valenciano José Esteve Bonet la confección de unas
figuras que completen las que trae de Nápoles y que deberán ser de su misma
hechura para no desdecir del conjunto; empezándose así el llamado "Belén
del Príncipe", obra que continuaría más tarde el también valenciano José
Ginés.
Los nobles de la Corte imitan rápidamente al Rey, y la
moda se extiende, primero entre la aristocracia y, más tarde, entre la
burguesía y el pueblo llano, que la hacen suya cuando artesanos más modestos la
ponen a su alcance económico, perdiendo con ello las figuras calidad artística
pero ganando popularidad.
Es obvio añadir que la representación por excelencia
del arte belenístico en España, durante el siglo XVIII, la ostenta Francisco
Salzillo, A lo largo del siglo XIX, la abundancia de excelente material,
procedente del XVIII, hace que la producción artística se paralice algo,
quedando prácticamente en manos de pequeños artesanos el privilegio de mantener
un ritmo mínimo de fabricación, teniendo que llegar la segunda mitad del siglo
XX para que, nuevamente, resurja con fuerza este arte, compitiendo escultores
de gran talla en mejorar su obra belenística.
El belén tradicional se parece muy poco al actual,
pues es simbólico en vez de realista, tiene las figuras a distintas escalas,
según su importancia, y dos planos, el celeste y el terrestre. Se acompañaba
por aparatos diversos de iluminación, velas y candiles, y podía contener
elementos que hoy resultan extraños como conchas y caracoles, animales
salvajes, ermitaños, Adán y Eva, símbolos de la pasión, todo ello de acuerdo con las ideas que se querían trasmitir, ideas que
indicaban el comienzo de una nueva era, la de la Redención, y que Jesús Niño
había nacido para morir por todos. Por ello, el belén recibía ofrendas y era el
eje de una intensa vida espiritual, de canciones, danzas y representaciones.
En Andalucía aún pueden verse hermosas imágenes que
sirvieron a los grandes belenes del barroco, cuya complejidad era enorme y se
manifiesta en belenes fijos como el del coro alto del monasterio de Santa
Paula, en Sevilla.
Posteriormente, el mundo simbólico del belén
tradicional fue olvidado, sustituyéndose por el belén costumbrista o
pintoresco, cuya más conocida manifestación es el Napolitano de figuras de
maniquí, propias del siglo XVIII, con algunos ejemplos traídos por los Borbones
españoles, que no alcanzaron el favor popular. El propio "Belén del
Príncipe" se realizó a medias entre escultores italianos y españoles,
quienes preferían esculpir figuras completas.
En el siglo XIX se puso de moda el orientalismo,
gracias a los viajeros románticos por Oriente Medio y Egipto, decantándose
después por representaciones realistas, pero más árabes y beduinas que propias
de la Judea del siglo I bajo la ocupación romana.
Hoy se ha extendido la elaboración de escenas fijas en
cajones (los llamados dioramas) mientras que en las casas pueden aún
encontrarse belenes realizados con las técnicas tradicionales.
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