Nuestro Dios y Señor se encuentra en el Sagrario, allí está
Cristo, y allí deben hacerse presentes nuestra adoración y nuestro amor.
Si asistimos a la procesión, acompañando a Jesús, lo haremos
como aquel pueblo sencillo que, lleno de alegría, iba detrás del Maestro en los
días de su vida en la tierra, manifestándole con naturalidad sus múltiples
necesidades y dolencias; también la dicha y el gozo de estar con Él. Si le
vemos pasar por la calle, expuesto en la Custodia, le haremos saber desde la
intimidad de nuestro corazón lo mucho que representa para nosotros.
Hoy es un día de acción de gracias y de alegría porque el
Señor se ha querido quedar con nosotros para alimentarnos, para fortalecernos,
para que nunca nos sintamos solos.
Aunque celebramos una vez al año esta fiesta, en realidad la
Iglesia proclama cada día esta dichosísima verdad: Él se nos da diariamente
como alimento y se queda en nuestros Sagrarios para ser la fortaleza y la
esperanza de una vida nueva, sin fin y sin término. Es un misterio siempre vivo
y actual.
La procesión del Corpus hace presente a Cristo por los pueblos y las ciudades del mundo. Pero esa presencia (...) no debe ser cosa de
un día, ruido que se escucha y se olvida. Ese pasar de Jesús nos trae a la
memoria que debemos descubrirlo también en nuestro quehacer ordinario. Junto a
esa procesión solemne debe estar la procesión callada y sencilla, de la vida
corriente de cada cristiano, hombre entre los hombres, pero con la dicha de
haber recibido la fe y la misión divina de conducirse de tal modo que renueve
el mensaje del Señor en la tierra (...).
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